Alfredo Grande “Odio, luego... existo” -parte premera
“Pienso, luego existo. Pero si pienso cómo existo, entonces no pienso más.”Descarte posmoderno
Amar el odio. Paradoja que debe ser sostenida en tanto nos abra menos lo intente, análisis de nuestra implicación como odiantes. Si es cierto que hay que hablar de la soga en la casa del ahorcado, no es menos cierto que hay que hablar del odio en la casa del enamorado. Enamorado del amor, porque en estos tiempos son muy pocos los que sostienen el enamoramiento y menos aún los que sostienen el amor. El amor a las personas, el amor entre los sujetos, ha dejado el paso a inclinaciones, predilecciones, buenas ondas, químicas y físicas de la afinidad, resonancias corporales, multiplicaciones erógenas. Si al amor se lo sostiene como el fundamento de toda relación vincular entre los unos y los otros, cada vez más tiende a una forma franciscana del amor. Es más un decreto de necesidad y urgencia del sujeto que una forma concreta, social e histórica de relación entre los humanos. Si la realidad es compleja, pero en modo alguno complicada, podemos decir que la cultura actual sostiene simultáneamente la crueldad como forma única de la violencia, y el amor como forma única de la resistencia. Amar es un mandato, odiar es un tabú. La cultura actual de la crueldad odia el odiar y ama el amar. Contradicción lógica que condiciona en el sujeto la forma actual de una actividad siempre vuelta contra sí misma, que algunos denominan parálisis. Parálisis que termina siendo la más profunda atonía afectiva, una especie de autismo de los sentimientos, pero al mismo tiempo su más profunda negación. Hay que obligarse a amar, obligarse a desear, obligarse a obligar. El sujeto sabe que todo lo obligatorio es un dispositivo para su desdicha, pero sobrevive con la convicción encubridora de que sin obligaciones cada uno haría lo que le gustaría, lo que se le cantara, y tiene miedo de desafinar. Ya no aspira a lo sublime, pero sigue temiendo al ridículo. Es mejor lo que no gusta y es peor lo que gusta. Cuanto peor, mejor. Hay que pasar el invierno, el verano, el otoño, aunque cada vez queden menos primaveras. En tanto el odio está prohibido, degradado, desvalorizado, culpabilizado, la resistencia a la opresión pierde una fuente de energía extraordinaria. La confusión nada ingenua entre paz y tregua contribuye decididamente a este mecanismo. El odio queda restringido, y aun así con muchas limitaciones, a los vientos de la guerra. Pero es un odio que, como veremos, ha perdido su nivel fundante. Es un odio que se institucionaliza en un nivel convencional encubridor. Lo que realmente interesa a los efectos de pensar en políticas de liberación del sujeto (siempre social e histórico) es el destino del odio en los tiempos de la tregua. Aquello que las diferentes formas de la guerra (imperialistas o de emancipación) habían puesto en la superficie, las diferentes formas de tregua vuelven a sepultar. El sujeto ignora que no se trata de política sino de guerra, y por lo tanto no se puede hablar nunca de paz, apenas podemos hablar de tregua. A esta democracia que se pretende no adjetivada bien podríamos adjetivarla como sucia.... Como se comprende, me estoy curando en salud por temor a generar odio contra mí. Seguir el destino del creador de la guillotina, y ser atacado sin piedad por los delirantes del amor. ¿Vale la pena aclarar que amar al odio no es lo mismo que odiar al amor? Sostener al odio no impide que podamos sostener al amor. Pero sostener ambos con los ojos bien abiertos. Porque una cosa es tener que tragarse sapos y otra cosa es saborearlos. Las dietas de la democracia cuyo menú predilecto es gato por liebre y sapos parlamentarios no pueden despertar ningún amor sincero. Tampoco puedo asegurar que hablar del odio sea para bien de todos. Y que no sea para el mal de ninguno. Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, quizás el tránsito por los caminos del odio nos lleve a otras metas del amor.
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